miércoles, 25 de abril de 2007

SAN CARLOS BORROMEO RESISTE

Si se permite a movimientos ultra conservadores celebrar en latín, ¿por qué no se quiere permitir a la comunidad de San Carlos Borromeo celebrar con pan y de civil?
LAS PROSTITUTA Y LOS PUBLICANOS OS PRECEDERÁN
EN EL REINO DE LOS CIELOS.
Hace treinta años, un sábado santo, Adolfo Suárez legalizaba el Partido
Comunista de España con el apoyo de partidos políticos, sindicatos, colectivos sociales
y la misma Iglesia española, presidida por el Cardenal Tarancón al que acompañaban un
grupo de obispos, entre los que se encontraban Buxarrais, Osés, Iniesta,… seguidores
del Concilio Vaticano II, promulgado por el papa bueno Juan XXIII y que posibilitó la
puesta al día de la Iglesia. Fueron tiempos apasionantes, de cambios, que dieron lugar a
un Estado Social, Democrático y de Derecho.
Hoy, algunos sectores de la vida política y social de este país junto a una
mayoría de la jerarquía eclesiástica quieren empañar aquello que tanto trabajo costó
levantar. Nos encontramos ante una jerarquía preocupada principalmente por el
mantenimiento de la institución a toda costa, por salvaguardar la financiación por parte
del Estado, por imponer su doctrina y su moral por encima de una ética universal basada
en la declaración universal de los derechos humanos, y, por supuesto, identificada con
las clases sociales más conservadoras. En esta triste y preocupante realidad no nos debe
extrañar que el Cardenal Rouco haya decretado el cierre de la parroquia madrileña de
San Carlos Borromeo.
Esta comunidad o asamblea de personas creyentes en una sociedad justa e
igualitaria ha cometido el pecado de querer vivir la buena noticia consistente, aquí y
ahora, en otra escala de valores en la que prima el amor a cambio de nada, el poder
perdonar setenta veces siete, el no apedrear ni ser apedreado porque ninguna persona
está libre de pecado, el llorar y el reír ante los sufrimientos y las alegrías de la vida,…
Sin embargo, el hecho más revolucionario de esta comunidad es haber hecho hijos de
ella a todas las personas que llegaron desde la más terrible desnudez de sentirse
apaleados desde la calle por una sociedad injusta e insolidaria, de vivir la angustia que
da la inseguridad de la esquina, de la deshumanización que produce las frías paredes de
una cárcel, de la institucionalización que un chavalito sufre en un centro de menores, del
desafío por encontrar una mejor vida que supone la patera o el cayuco. Es la maternidad
y paternidad responsable que nos trasmiten por los cuatro puntos cardinales del país.
Recuerdo que hace diez años conocí personalmente a esta comunidad presidida,
desde el cariño y la aceptación por parte de todas las personas allí presentes, por
Enrique de Castro. Ese día manifestaba su preocupación por los chavales: “para luchar
por ellos hay que abrir las puertas de nuestras casas, hay que acogerlos y darles todo
nuestro cariño, no basta con estar en la parroquia, con atenderlos a través de nuestras
actividades,…”. Enrique con unos ojos humedecidos ante la provocación de la vida nos
venía a decir aquello de “dejar que los más pequeños se acerquen a mí” (Lc 9,56-48.
18,15-17) “porque la verdad les ha sido revelada a ellos” (Lc 10,21-22).
Desde esta realidad los domingos celebran una misa en la que comentan los
acontecimientos vividos a la luz del evangelio y comparten un plato con trocitos de pan,
bizcochos o galletas que simbólicamente comparten con otras personas venidas de otros
barrios y lugares de la geografía española. Simbología que, a decir verdad, la hacen
realidad en el día a día, sentándose en la misma mesa con las personas que padecen la
exclusión social. Acaso no era esta la enseñanza que Jesús de Nazaret quería para crear
la nueva humanidad. Sin embargo, la liturgia que complace al señor Cardenal es la de
otras muchas parroquias que realizan el cumplimiento del ritual, vacías de compromiso
social y acogimiento fraternal. ¿A quién sirve el señor Cardenal? Evidentemente a la
doctrina de la Iglesia, al derecho canónico, a las órdenes que le llegan de la cúpula
vaticana, siendo en bastantes ocasiones más papista que el propio Papa. De esta manera,
con tanto servicio, no tiene tiempo ni lugar para servir a la causa verdadera del
evangelio: las bienaventuranzas (Lc 6,20-23 y Mt 5,1-12). Le recomiendo
humildemente al señor Cardenal que lea Mt 25,31-46 para que esté preparado en el
atardecer de la vida.
Por último, mandamos a la comunidad de la parroquia de Entrevías nuestro
apoyo y más profundo cariño.
Miguel Santiago Losada
Coordinador del Área de Marginación de la APDHA
Córdoba, 12 de abril de 2007
http://www.sancarlosborromeo.org/
Que no lo quiera Dios
Quiero, Enrique de Castro, que en román paladino y en el nombre del
Padre me bautices en esa iglesia tuya de putas y borrachos, de gays y
de lesbianas, marginados sin techo, drogadictos con sida e inmigrantes
de todas las calañas. Eres la oveja negra de las casullas blancas,
porque tiendes la mano en pantalón vaquero y camisa de cuadros a todos
esos seres derrotados a quienes, la ortodoxia del rito y el hábito del
monje, sólo les dan la charla de la vieja y les mandan, con un tirón
de orejas, de Pilatos a Herodes, a rezar por sus yerros y a rodar por
sus brozas, obviando que es más duro resistir que matarse. Hazme un
sitio en la mesa del codo con el codo, donde remáis ganando el
barlovento, que quiero compartir con esos desgraciados, y en el mismo
balandro y con la misma proa, el vino de pelea y el pan crudo de
hogaza, que soy un descreído que vengo ya de vuelta de abrazos y
palmadas, de mucho ringorrango y mucho cuello alto, que soy un
renegado de tanto lujo sucio y tanta catadura de papel de envoltorio,
dejémonos de hostias, que aquí ni Dios se salva, mientras no nos
miremos de frente y a la cara los altos y los bajos, los gordos y los
flacos, los blancos y los negros, no que si letanías, no que si curas
rojos. Que no te mueva ni Madrid ni Roma la piedra vallecana que has
labrado, que no tiren por tierra, en el nombre de nadie ni de nada,
ese templo sin muros construido con teja de sudores y adobe de
fatigas, que es para descubrirse –y me descubro–, no para demolerlo. Y
para darle alcances, te dejo esta columna hecha de barrizales, cirio
de rapavelas que quiere ser reclamo.

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